La semana pasada, en uno de eso tremendos ataques de ocio que dan pie al zapping nocturno me instalé en un programa de esos de mujeres con grandes panzas, partos, doctores y bebés. En medio de gritos y mucha sangre, un ginecólogo comenzó a hablar de la memoria del dolor en las mujeres; explicaba que la parte del cerebro femenino donde se registra el dolor está diseñada para olvidar de forma automática los episodios dolorosos muy profundos, esto como una artimaña de la madre naturaleza para lograr la perpetuidad de la especie, porque obviamente si tuviéramos conciencia plena y constante del dolor de parto ¡NADIE en su sano juicio tendría más de un hijo!... Entonces lo entendí todo: ¡a huevo! Por eso me sigo enamorando. Claro, alguna explicación lógica debía haber para el hecho de que a pesar de que me rompen el corazón, me duele, sufro, lloro, berreo, y vivo en drama digno de Doña Libertad Lamarque, yo siguiera teniendo ganas de darle mi órgano amoroso (no, no estoy hablando de mi vagina mi querido lector imaginario de mente cochambrosa) a un hombre, creyendo que será el amor de mi vida y que por fin voy a tener mi final feliz. Atendiendo a la lógica y a mis pruebas ensayo/error lo más sensato sería que ya hubiese subido la guardia y dijera como bien dice aquél sabio filosofo de Ciudad Juárez “no me vuelvo a enamorar”, y sin embargo aquí sigo, con esperanza, fe o estupidez crónica (como guste llamarlo visto desde afuera parece ser lo mismo) esperando a que aparezca ese hombre que me robe el aliento, que me deje callada con buenos argumentos, que me haga sentir segura, al que admire, y que a diferencia de los anteriores, esté dispuesto a quererme y a cuidarme a mí y a todos mis órganos amorosos (si, esta vez sí estoy incluyendo a mi vagina).
Sí, tengo miedo, si aún quedan grandes secuelas de la última fractura cardiaca, si aún me duele el futuro que no voy a tener a su lado, y sin embargo el pensar que esa parte de mi cerebro que al día de hoy aún tiene bastante fresco este último dolor lo va a ir olvidando de a poco, me resulta bastante reparador; que me voy a seguir cayendo pero que la magia de mi química cerebral me va a permitir seguirlo intentando, hasta ese día en qué el único dolor que mi cerebro tenga que olvidar sea el de mi primer parto.
Eres loca...
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